Pablo y Karina llegaron a la Universal completamente destruidos. Ella
estaba enferma y él, sin estímulos para buscar una salida: “En 2002,
cuando estaba embarazada de mi tercer hijo, me detectaron cáncer
linfático, un linfoma de Hodgkin. Mi esposo estaba desempleado, no tenía
ganas de trabajar, llevaba una vida de soltero”, cuenta ella.
“No quería levantarme temprano, hacía lo que quería y cuando quería.
No había tomado conciencia de mi responsabilidad con la familia”,
confiesa Pablo.
“Terminamos viviendo de prestado, en una casilla muy precaria, sin
baño ni ventanas. Me deprimí mucho, llegamos a no tener para comer, le
debía plata a medio barrio.
La aparición de la enfermedad fue el punto crítico en mi vida. Cuando
el médico me dijo que tenía cáncer también me dijo que debía abortar,
porque sino no podían aplicarme quimioterapia, pero no lo hice. Empecé
el tratamiento y adelgacé muchísimo, se me caían las uñas, el pelo, no
comía y mientras tanto, seguíamos viviendo en la casilla. Pensé muchas
veces que no había más esperanzas para mí.
Mi suegra nos invitó a la Universal y vine pensando que era mi última
puerta. Escuché y creí la profecía, empecé a pensar que podía alcanzar
mis sueños. Durante la Campaña de Israel decidimos sacrificar”, recuerda
Karina.
“Hubo un quiebre en nuestra situación. El cáncer desapareció, nos
independizamos, conquistamos nuestra casa, el auto, nuestra empresa,
poco a poco, campaña tras campaña todo cambió. La empresa crece y
gracias a Dios estamos muy bien”, finalizan felices.
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